Sin embargo al estar recordando tal evento, recapitule uno de los apartados más extraños que había tenido en mi vida. Como niña, disfrutaba mucho subir a los árboles, en realidad creo que era una de las actividades que más me gustaba realizar. Una vez una compañera de la escuela, empezó a gritarme que yo era como una niña-mono, y que más parecía un niño que una niña, que de esa manera nunca un niño se iba a fijar en mí, porque no era muy “atrayente” que digamos.
Claramente mi orgullo no me dejo bajarme del árbol (lo cual agradezco) y salir corriendo a llorar, aun que fuera lo que más deseaba hacer en ese momento. Me quede ahí sentada y después de que las risas burlescas de mis compañeras desaparecieran junto con ellas, comencé a llorar desenfrenadamente. Aun que en ese momento no sabia muy bien porque lo hacia, ya que ni siquiera sabía que era que me gustara alguien, pero el tono de su voz y su crueldad ante lo que mas disfrutaba hacer, hizo que desde ese momento, subir en los árboles tuviera antes de ejecutarse, un debate interno con lo que quería hacer y las palabras penetrantes de mi compañera.
Al situar este punto dentro de la discusión comprendí, primero que no me estaba ayudando mucho en el eje central del tema y que por primera vez había sentido que era ser juzgada socialmente por algo que socialmente era considerado “inapropiado” para mi, siendo mujer. Siendo socialmente amenazada de quedar “solterona” a los diez años de edad, eso era como una sentencia de muerte a mi feminidad a tan corta edad. De nuevo tuve esta sensación de ser absorbida por esas palabras que creí mías, sentí ser succionada por ese silencio fastidioso, que deseaba por momentos me gritara.
Proseguí a sacar otro registro de la colección de mis memorias, pero ya desgastada recordé uno que en lo absoluto me ayudaría en la custodia de eso que con tanto afán defendía. Durante mi adolescencia, me enamore, de mi mejor amigo. Al tiempo de estar compartiendo con el, claramente el paso siguiente era llegar a conocer a su familia, una de las experiencias que hacían los nervios se apoderaban de mi ser con solo evocarlo en el pensamiento.
Después de que pasara comprendí que los nervios tenían una razón válida para su ingreso. La primera vez que vi, a la que venia siendo “mi suegra”, se acerco a mi lado en un partido de basketball y me empiezo a hablar. Después de un rato de conocerme, me dijo que yo no era la mujer que el esperaba para su hijo, que tenia pensamientos un poco extraños (a su visión) y que igualmente ella respetaba lo que su hijo decidiera pero que yo no cumplía con sus expectativas físicas. A esa corta edad, después de que las lágrimas dejaran de recorrer mi rostro, comprendí que ser así era resultado de lo que mi madre me había enseñado.
Ella siempre me había dicho que lo más importante y valioso dentro de un ser humano era lo que llevaba por dentro y que las personas que lograr observar eso en otros eran quienes eran realmente capaces de vivir. Lo esencial es invisible ante los ojos (Saint Exupery).
Retomando la conversación con la que inicie este ensayo, en algún instante de ese momento, comprendí, que el simple hecho de que estuviera teniendo esa conversación con esas imágenes de mujeres que se desdoblaban ante mi (las cuales creía por veces eran tal vez mas libres que yo) hacia que a demás de dar pisadas sobre las vallas publicitarias y tener conversaciones con los signos que se presentan dentro de ellas, inevitablemente mi creación y percepción era permeada por ellas, creando construyendo, configurando tanto lo que soy como lo que se presenta ante mi.
Las relaciones que tejen estas imágenes dentro de la realidad social, no son imaginarias, no son una ilusión, no son una simple e inocente exposición de imágenes, contienen dentro una educación estética (Schiller). Y dentro de estas representaciones una mujer deja de ser verdadera, para pasar a ser una sujeta que vive y trabaja para necesidades que le son impuestas desde afuera, una individua que reprime la satisfacción de sus instintos, que posterga sus propias necesidades de satisfacción, en suma, que se aleja de su propio deseo para vivir en función de los deseos del otro. (Marcuse)
En esta suspensión de la satisfacción de los “instintos” o realización personal, la represión excedente de los mandatos sociales que imponen las diferentes formas de dominación, creo que es muy factible responder positivamente a mi pregunta, dado que a partir de todas estas influencias el individuo se aleja de sus propios requerimientos y vive en función de los necesarios para el mantenimiento de determinadas organizaciones sociales.
Nos vuelven objeto, los hombres, el mercado, el sistema capitalista, el patriarcado, las relaciones medio-fin y nosotras mismas. Nos perdemos dentro de ese laberinto del que no se encuentra una salida simple, nos perdemos a nosotras mismas buscando la coherencia de un zigzag sin lógica comprensible. En las vallas publicitarias se observa claramente el ritual de la institución femenina. Reflejando esa esclavitud femenina y se concretiza en esa sensación de violación que tenemos todas, al mirar imágenes estereotipadas que están al servicio del hombre y aun que no se identifiquen con nosotras toman posesión de nuestra identidad en muchas ocasiones.
Como un placebo, estas imágenes nos construyen identidad, transmiten obsesiones fabricadas en ese ideal, que se nos vende en la publicidad y que sin quererlo muchas veces compramos. Comprendí entonces que todos mis argumentos iban tratando de romper con esa imagen, tratando de que su silencio no me afectara. Pero eso mismo me revelaba entre líneas un doble discurso de ser mujer, un discurso que hace un intento banal a veces de ser diferente y que se niega a aceptar, que esas imágenes dialogan con el. Porque de la misma manera mantengo una conversación con esas proyecciones inhumanas, que se apropian de los sujetos.
De la misma manera en que la belleza femenina se ha convertido en un mercado, en una industria, que vende estereotipos de belleza femenina occidental y compra mujeres para que “accedan” a esta belleza, para sentirse mujeres. También hay que saber que somos creadoras productoras y transformadoras de esa institución social, que se ha encargado de traficar mujeres. Lo único que se presenta realmente es solo un engaño más del sistema capitalista, del pensamiento liberal y su influencia sobre los individuos que tratamos de vivir, mostrándonos un canon de belleza predeterminado.
Para lograr reconocer que la belleza no se representa únicamente en una figura, si no que la belleza esta dentro de esta diversidad, que existe entre todas y cada una de las mujeres en el mundo y la riqueza de la diversidad de sus formas y texturas que son únicas y perfectas, porque somos extra- ordinarias dentro de lo ordinario que es este estereotipo.
Así que al transitar por estas calles asfaltadas, conversando con esas imágenes, con esos imaginarios, me concientizo de mi misma y de las vallas publicitarias. Comprendo y asumo mi discurso, que se cae y se golpea, se transforma y se maltrata, que se contradice en cada momento con mis acciones. Esperando que mientras el se mueve a mi ritmo, yo logre entregarme a su sentir pero al mismo tiempo reconociendo que alguien nos controla de la misma manera, solo alzo del suelo donde cayo y dejo de simular ser, porque reconozco ser, no de las ansias que me poseen por no querer que me despojen de esa condición. Sujeto mi discurso y sigo mi camino con él de mi lado, dejando de esta manera, de dar pisadas contra las vallas publicitarias y continuar mi camino con las fuerzas que me da su compañía.