jueves, 26 de noviembre de 2009

...volución...


Poco a poco voy mutando hacia esa persona que irremediablemente llegaré a ser. La transformación fluye desigual, algunas veces cambian solo los detalles, por ejemplo la sustitución del capuchino saborizado por la amargura del intenso café negro. Otras veces cambia lo más esencial, empujado quizá por los aguaceros que sobrevienen cada vez que la vida con sus sucias zancadillas me hace caer en algún hueco oscuro y estrecho, y se agranda en mi interior y me voy endureciendo en el tostador del mundo.

Así se van cambiando las travesuras y lxs cómplices: esas gentes más importantes que cualquier guerra en cualquier país que sólo existiera en el cajón del televisor. Con mi cordón umbilical recién cortado y aún sangrante ahorqué al dios que biencastigador cuya inexistencia cayó a la tierra como un par de guantes manchados y rotos de un ilusionista embustero. Y la eternidad que rebosaba y se expresaba en mi propia inmortalidad se transfiguró en pedradas de libro, pensamiento absurdo y tristeza. Y el amor que se traducía en por siempre tu mano fue reciclaje de historias con final repetido por la poca creatividad de la vida.

Entonces voy pasando por las tiendas de la avenida y me aplasta la necesidad de ser como ese maniquí y adoptar una pose implacable que grite desde adentro debo ser. Pero también sucede que me invitan a ser agente de ese sitio y vender esas estúpidas posturas, imágenes de coleccionador, violentos disparos de discursos vaciados, a vendérmelas a mí misma, a creer la distorsión de mis representaciones que se exhiben en el falso reflejo de ese ventanal.

Y así pasan los soles hasta que se cae este inexorable presente en el que luego de cada día de cumplir la obligatoria jornada de actuación se dibujan aves sin paraíso con el humo del tabaco. Caras sin nombre, autómatas enmohecidas, (a)gentes sin pasión, tomamos un trago de la dulce teta de la madre común que habita cada bar y me hacen sentir hermanastrada con las caras que componen la escena de aquel lugar en el que sentimos el alivio del placebo y bebemos y hablamos y reímos y nos vamos a dormir sin tener sueños. Pero algo pasa y se cae todo, y con el montaje voy cayendo también yo.

Llega entonces el momento en que acaece el temblor y se caen los libros, las tiendas de la avenida y la postura de maniquí, y de la mano cae la copa y de la boca el humo y el discurso rueda por el suelo y también se cae el bar. Y así, como los mendigos en los basureros, los cometas a través del universo y lxs solitarixs dentro del recuerdo, busco algo (aunque no sepa en rigor qué es), lo busco intensa y obsesivamente en todas partes, en cada cara, bajo la alfombra de yoga, en las esquinas empolvadas de tus memorias mal desintegradas, en mí, incluso en vos; hasta que me doy cuenta que me han usurpado y descubro que habita dentro de este cuerpo una persona extraña que se une al mundo a través de libros, depende de sustancias, personas y discursos para dormir, toma café amargo y ya no recuerda bien la trascendencia de aquellas complicidades más importantes que cualquier guerra, hace del yoga su psicoanalista, no ha vuelto a soñar con nada, le duele le existencia y además ya no encuentra en qué creer. Sólo sabe que se tiene que caer, se ocupa derrumbar y desdibujar sus propias ruinas, y que para renacer mañana es necesario que muera ayer.


***La imagen fue tomada de www.arturosuch.com

1 comentario:

Kri§ dijo...

Guerras de dos, discursos para todos que nadie escucha y aparatos para el corazón en desuso.

Yo creo que más necesario que caer es poder levantarse, ayer, hoy, mañana... ¿Qué importa? Si el tiempo es solo una cuenta regresiva hacia ninguna parte.

Así un día, tarde o temprano, todos vamos a renacer.

Saludos.